Para el asesor senior del BID y experto en innovación, digitalización y ciudades inteligentes, el Estado no ha sabido adaptarse a las nuevas conductas de los ciudadanos, ni aprovechar las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
Por Pierine Méndez Yaeger
El constante avance tecnológico del mundo moderno, impacta cada vez con más fuerza en todos los entornos interactivos de la sociedad. Desde la formación educativa de las nuevas generaciones, hasta el cuidado de la salud y el medio ambiente, pasando por áreas igualmente críticas como transporte urbano, producción de alimentos, logística multimodal y gobernanza pública, entre muchas otras.
Esto implica que la “revolución digital” ya no es solo una simple estrategia de posicionamiento de mercado. Por el contrario, se ha convertido en un imperativo estratégico indispensable para derribar paradigmas y adoptar soluciones integrales que contribuyan a optimizar todas las dimensiones productivas, sociales, geopolíticas, económicas, administrativas y ambientales de la existencia humana.
Así pudieron comprobarlo los visitantes de la segunda edición de la Smart City Expo Santiago (considerada por los expertos, como la muestra de innovación urbana más relevante del país), evento donde precisamente se abordó el impacto y relevancia de la tecnología, digitalización y uso inteligente de los datos, para mejorar la calidad de vida de las personas, especialmente en entornos urbanos.
Y si bien entre los especialistas existe pleno consenso respecto de que las innovaciones digitales son indispensables para optimizar el desarrollo de la sociedad, dentro de un marco de “eficiencia sostenible”; también existe unanimidad para estimar que aún subsisten importantes brechas de implementación, las que inevitablemente han retrasado el logro de estos objetivos; especialmente en el ámbito del sector público y la digitalización del Estado.
Desafío que, para Patricio Ovalle Wood, consultor internacional en Innovación y asesor senior en Innovación – Hub de Ciudades de América Latina y Cities Lab, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), debe abordarse con más energía y decisión, para así dar pasos concretos que nos permitan superar, de una vez por todas, el escollo de vivir siempre en períodos de “pilotos eternos”, que nunca entran en fase de desarrollo pleno.
– Patricio, ¿qué te pareció la presente versión de SmartCity Expo Santiago 2025?
Espectacular. Este tipo de encuentros son fundamentales, no solo como vitrinas de soluciones, sino como espacios donde se legitima y promueve una cultura de innovación pública que aún cuesta instalar en muchos niveles del Estado. En ese sentido, me parece que esta edición mostró algo esperanzador: un país que, pese a sus brechas, ha entendido que una ciudad inteligente no es la más tecnificada, sino la más humana, resiliente y eficiente; y donde las personas pueden desarrollar sus proyectos de vida.
Aun así, hay un punto que no puedo dejar pasar: históricamente, los municipios han sido los grandes olvidados del ecosistema de innovación y emprendimiento. Si no les damos protagonismo real, seguiremos viendo transformaciones fragmentadas y no sistémicas, por eso me gustó ver (presentes) a muchos alcaldes de distintos colores políticos.
– En tu opinión, ¿cuáles son los avances más destacados y las brechas por superar?
Uno de los principales avances es haber logrado que conceptos como interoperabilidad, transformación digital o GovTech estén hoy en el lenguaje de algunos tomadores de decisión.
En tal sentido, la Ley 21.180 fue un hito, y la digitalización de más del 80% de los trámites es un paso relevante. Sin embargo, seguimos atrapados en la lógica del “piloto eterno”, sin una política clara de adopción y escalamiento. No basta con innovar: hay que validar, legitimar, promover y comunar -como me gusta decir-, una cultura institucional que abrace la innovación. Y eso no se logra solo desde lo técnico, sino que se necesita voluntad y político.
Pero, ojo: hoy la interoperabilidad ya está disponible. Modelos como X-Road de Estonia nos muestran, por ejemplo, lo que se puede hacer cuando hay decisión y claridad. En Chile, Gobierno Digital, a mi juicio, no ha sido lo suficientemente diligente para acelerar esa transformación. Es decir, tenemos talento y tecnología, pero nos falta determinación.
– ¿Y en GovTech, estamos avanzando o estancados?
GovTech nos ayuda a generar nuevas respuestas a viejos problemas. Ya no basta con más presupuesto: necesitamos mejores equipos técnicos, procesos más ágiles y colaborativos, y tecnologías que detecten ineficiencias y mejoren la experiencia de las personas con sus ciudades.
En Chile, he visto avances concretos. Tuve la oportunidad de impulsar la creación del Hub de Providencia y el Providencia GovTech Lab, cuando Evelyn Matthei era alcaldesa. Ese modelo sirvió de inspiración para experiencias comunales, como Renca, Vitacura, Lo Barnechea y Ñuñoa; y en otras ciudades, no solo de Chile, sino también de América Latina. Eso demuestra que sí se puede, cuando hay liderazgo político y visión de futuro.
Además, hay una herramienta clave que acaba de entrar en vigencia y que puede ser transformadora: la ley de Compra Pública de Innovación. Esta ley propone una nueva forma de comprar, que no se limita a adquirir lo que ya existe, sino que abre también la posibilidad de desarrollar soluciones junto al ecosistema, desde las necesidades reales de la ciudadanía. Es, en esencia, un cambio de paradigma.
– ¿Cómo estamos con respecto a otros países de la región?
Estamos en la conversación, pero no en el liderazgo. Por ejemplo, países como Colombia, Brasil o Uruguay han logrado articular ecosistemas GovTech con visión de Estado, agencias dedicadas y fuerte inversión pública.
En Chile, en cambio, aunque existen avances importantes -como el trabajo del Laboratorio de Gobierno-, creo que estamos experimentando lo que yo llamo el “Síndrome del dinosaurio”: el Estado no ha sabido adaptarse a las nuevas conductas de los ciudadanos, ni aprovechar las oportunidades que ofrecen las tecnologías digitales. Aún predomina una lógica del siglo XX para enfrentar desafíos del siglo XXI.
Sin embargo, tengo esperanza en que municipios como Ñuñoa, Las Condes, Renca o Maipú, con el liderazgo determinado de sus alcaldes, se la jueguen por mostrar un camino posible, incorporando nuevas tecnologías de forma estratégica y con foco en el ciudadano. Ellos pueden ser la punta de lanza de una transformación que el país necesita urgentemente.
– ¿Qué sectores están más al debe y qué debe hacerse?
Los gobiernos locales, sin duda. Son la primera puerta de entrada del ciudadano al Estado, pero también los más limitados en recursos y capacidades. A ellos les exigimos que innoven, pero no les damos ni el presupuesto, ni las herramientas, ni el acompañamiento.
Sin apoyo político no hay innovación. En ese sentido, destaco lo que viene haciendo el alcalde de Renca, y también lo que está comenzando a hacer Sebastián Sichel en Ñuñoa, jugándosela por convertir su municipio en un actor protagonista del ecosistema.
– ¿Una administración pública más innovadora permitiría enfrentar mejor los escenarios actuales?
Sin duda. La innovación pública no es una opción, es una necesidad ante la complejidad actual. Una administración pública más adaptativa, con datos, capacidades técnicas y colaboración intersectorial, puede responder —y anticiparse— a escenarios como la crisis climática, los flujos migratorios o las disrupciones económicas.
Hoy los países que mejor enfrentan la incertidumbre no son los más ricos, son los más ágiles. Y esa agilidad no se improvisa: se diseña con visión, se ejecuta con talento y se lidera con convicción.
– En ese sentido, pareciera que La Ley 21.180 tiene metas claras, pero ¿estamos preparados para cumplirlas?
Estamos en camino, pero no completamente preparados. Nos falta infraestructura, talento público y, sobre todo, liderazgo organizacional. No basta con digitalizar el trámite: hay que rediseñar el servicio desde el ciudadano. Si no repensamos la arquitectura del Estado, seguiremos digitalizando burocracia.
– Y dentro de este desafiante camino, ¿es posible mejorar la conexión entre Estado, privados, academia e innovadores?
Necesitamos nuevas alianzas público-privadas que hagan de la administración pública un espacio que ponga al ciudadano en el centro. No podemos seguir operando en silos. Es posible lograr una conexión más fluida, pero eso requiere plataformas colaborativas, marcos habilitantes y confianza.
Desde el Hub de Ciudades, del Banco Interamericano de Desarrollo, he podido ver que, cuando hay voluntad política, equipos técnicos capacitados y un relato común, es posible articular redes que generan impacto real. Pero esto no ocurre por accidente: se diseña, se cuida y se lidera.
– ¿Cómo ve el futuro de Chile en esta materia, de cara a la Agenda 2030?
Chile tiene todo para ser un referente regional: talento, instituciones, redes, capital social. Pero no podemos seguir postergando decisiones clave. La Agenda 2030 es una oportunidad, pero también un punto de no retorno. Mi visión es clara: o transformamos el Estado con foco ciudadano, o seremos espectadores de nuestro propio rezago. Necesitamos gobiernos que apuesten por la innovación. No como eslogan, sino como una herramienta real de gestión pública. Si lo hacemos bien, podríamos dejar de administrar lo urgente, y empezar a diseñar lo importante.