Por María José Dvash
En un mundo saturado de mensajes, lo que realmente resuena no es lo que una marca dice que hace, sino por qué lo hace. Desde hace años trabajo en marketing en rubros altamente competitivos, donde los atributos funcionales —calidad, precio, innovación— ya no son suficientes para diferenciarse. Hoy, más que nunca, las marcas están llamadas a hablar desde su propósito, a conectar con las personas desde un lugar auténtico, empático y donde es fundamental generar instancias de conversación.
He visto cómo las marcas que se atreven a ir más allá del producto logran instalar conversaciones relevantes: sobre autoestima, salud mental, inclusión, y un bienestar real que no se mide en cifras sino en impacto. Y eso transforma no solo la percepción del consumidor, sino también el vínculo emocional que se genera.
Hablar de propósito no es hacer marketing “bonito” ni “socialmente correcto”. Es hacer marketing con sentido. Es preguntarse: ¿cómo contribuyo a la vida de las personas más allá de lo que vendo? ¿Qué conversación estoy activando? ¿Qué heridas puedo ayudar a sanar?
Las marcas tienen poder. Tienen voz. Y con ello, una responsabilidad. En un tiempo donde la ansiedad, la autoexigencia y la hiperconexión parecen haberse normalizado, necesitamos marcas que abran espacios de cuidado, que inspiren desde la honestidad y no desde la perfección, que abracen la diversidad sin convertirla en eslogan.
Una marca que habla desde su propósito no solo genera preferencia. Genera comunidad, pertenencia y cambio. Porque cuando las marcas se alinean con los valores reales de las personas, no solo se ganan su atención. Se ganan su confianza.
“Una marca que habla desde su propósito no solo genera preferencia. Genera comunidad, pertenencia y cambio.”